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2022-10-22 20:41:27 By : Ms. heidi wu

Alberobello. Foto: Jacques Savoye | Pixabay.

La primera vez que posamos nuestra mirada sobre las extrañas casas que se asoman a las calles empedradas de Alberobello no sabemos si estamos en el mundo real o en uno en el que no nos extrañaría ver aparecer a Alicia acompañada del Sombrerero Loco y el Conejo Blanco.

Y es que, esos trullos –trulli en italiano, que es el nombre que se le da a las casas cónicas típicas de Alberobello– poseen un aura algo mágica. Un misticismo se apodera de la ciudad entera, sobre todo al caer la noche y encenderse las tenues luces artificiales.

Detrás de esos trullos se esconde una historia muy antigua y curiosa.

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Aunque hoy en día todo se puede consultar en la red, realmente no hay una fuente de información más interesante que la de los habitantes de un lugar. Esto no quiere decir que sea la más fiel, pero esa tampoco es la cuestión.

Junto a la puerta de una de las muchísimas tiendas de artesanía que conforman el particular paisaje urbano de Alberobello, Giuseppe Rizzo suele sentarse sobre una destartalada silla hecha en madera y mimbre. No tiene prisa. Le gusta ver la vida –y a la gente– pasar.

Giuseppe ha pintado la silla de azul. Cuando le pregunto si la elección del color ha sido con la idea de hacer juego con los marcos de las ventanas de la tienda, niega con la cabeza y contesta: “Yo nací, y espero morir, bajo el bello cielo azul del sur de Italia”.

Tras la forma de los trullos de Alberobello hay una razón económica, y tiene que ver con no pagar impuestos

Al principio, Giuseppe parece algo rudo y parco en palabras, pero al comprobar que me defiendo bien en italiano, sus facciones y lengua se relajan, y la conversación fluye como podría hacerlo entre dos viejos conocidos.

Las más de 80 primaveras que Peppe (me pide que le llame así tras media hora de charla) lleva sobre sus hombros no han apagado la chispa de su mirada. Una mirada que parece viajar en el tiempo, durante unos minutos, cuando le pregunto sobre el origen de aquellas casas de plantas circulares y techos cónicos.

Peppe ama la heráldica y los árboles genealógicos, y me asegura que desciende de una familia fuertemente arraigada a la región.

Así, me cuenta que, hace unos quinientos años, a principios del siglo XVI, un gran número de campesinos (entre ellos, los antepasados de Peppe) llegaron a esa zona del corazón de la región de Apulia, en el tacón de la bota italiana, para ofrecer su trabajo a los Acquaviva, condes de Conversano.

Aquellas tierras eran muy fértiles y las cosechas abundantes. Los condes accedieron al trato, pero con la condición de que aquellas gentes construyeran sus casas tan solo con piedra seca, sin poder hacer uso del cemento.

“Esto tenía una razón de fondo económico, como casi todo en la vida”, me dice Peppe con su nudoso dedo en alto. Y es que, en aquella época, existía una ley del Reino de Nápoles –en el cual se encontraban aquellas tierras– que obligaba a pagar impuestos a cualquier aglomeración urbana.

Esas sencillas casas, al no tener cemento, podían demolerse en un abrir y cerrar de ojos, en el caso de que una inspección regia se aproximara a la zona.

Fue así, por una obligación, como se inició la tradición de construir esas casas que hoy en día nos maravillan a todos los que visitamos Alberobello.

De entre todos esos trullos, destaca uno en particular por una sencilla razón: es el único que posee dos plantas.

Se trata del Trullo Sovrano, uno de los primeros construidos con argamasa. Presenta una majestuosa cúpula cónica que alcanza los 14 metros de altura. El albañil que lo construyó –cuyo nombre aún se desconoce– aplicó soluciones constructivas únicas que han convertido a este edificio en la interpretación más avanzada e impresionante de la arquitectura de trullos.

El ala izquierda es del siglo XVII, mientras que el resto de la casa fue levantado durante el siglo XVIII.

Hoy en día, el Trullo Sovrano alberga un pequeño museo en el que me dedico a admirar cómo son los trullos tradicionales por dentro. El lugar conserva gran parte del mobiliario antiguo.

El Trullo Sovrano se halla dentro de los confines del Rione (barrio) Monti.

Peppe me ha recomendado que me pierda por sus calles, pues presenta la mayor concentración de trullos antiguos de la ciudad.

Tras más de media hora deambulando por Monti, me doy cuenta de que Peppe está en lo cierto, pero gran parte de ese millar de curiosas casas han sido convertidas en tiendas de souvenirs, lo cual hace que cientos de turistas hayan decidido seguir el mismo recorrido que yo. Para mi gusto, resulta demasiado turístico.

Dentro, aún, de los límites de Monti, también se encuentran el trullo más pequeño (convenientemente señalizado con un cartel que reza “Il trullo più piccolo”) y el más antiguo: el Trullo Siamese.

El Siamese es, además, el único que posee dos cúpulas unidas centralmente. Esta característica está ligada a la historia de dos hermanos que vivían juntos en la casa y se enamoraron de la misma mujer. Como suele pasar en estos casos, la cosa no acabó bien del todo.

Finalmente, decido abandonar Monti y, casi llegando a su límite, me encuentro con un edificio que llama poderosamente mi atención. Es la iglesia de San Antonio. Levantada en 1927, posee el honor de ser el único templo cristiano del mundo construido con el estilo de los trullos.

Lo cierto es que resulta realmente curioso ver esa cúpula en forma cónica y de color oscuro. Sobre todo, porque, desde el comienzo de la tradición constructora de los trullos, esos techos cónicos de las casas han sido rematados con multitud de objetos simbólicos, tanto religiosos como paganos. El estudio del significado de esos objetos es toda una ciencia en Alberobello.

Saliendo de la zona de trullos, las calles se encuentran mucho más tranquilas y puedo dedicarme a hacer una de las cosas que más me gusta cuando viajo: observar el día a día de la gente local.

Aquí hay casas normales, tiendas, plazas, parques, mercados y restaurantes con estupendos platos italianos.

Paseando por esa zona, me topé con la Basílica de los Santos Cosme y Damián, un bello templo neoclásico dedicado a los patronos de la ciudad.

Fue mi última parada antes de reunirme con Peppe en la trattoria que me había recomendado, la de Terra Madre. Allí disfrutamos de unos platos de orecchiette (la pasta típica de Apulia) con salsa ragú di brasciole, la focaccia barese y unos trocitos de carne de caballo cocinados en salsa de tomate, todo ello maridado con unos buenos vinos tintos de la tierra.

Y es que, no hay nada como sentarse a una buena mesa con una gran persona local para que el pueblo más extraño del planeta pueda parecerte tan cercano como tu propia casa.

David Escribano es periodista de viajes freelance y cuenta sus historias, desde hace más de 13 años, en el blog de viajes Viajablog. Amante de la Historia, los viajes de aventura y, sobre todo, aquellos periplos que le permiten conocer culturas y gentes muy distintas a él. Piensa que no hay nada tan bueno para combatir la rutina y abrir la mente como una mochila, un mapa, un cuaderno y un bolígrafo.

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