CUERPOS

2022-10-22 20:53:52 By : Ms. Jane Bian

Escucho ruido de sartenes en la cocina y olor a pan tostado. Abro un ojo, el sol entra por la ventana. Despierto en la habitación. Tomás me trajo a la cama mientras yo dormía. Me sacó el pantalón y las medias. Todavía en remera, voy a la cocina. Él pica cebolla para una tortilla. Ella, sentada en la mesa, ceba mate y lee las noticias en la tablet. 

—¿Qué hora es? —pregunto.

—La una y media —dice él.

—Estábamos por despertarte —agrega ella.

—Les gané —digo.

Me acerco a Andrea, me besa en la boca. Un beso suave, cortito, de buenos días. Me siento en la silla de al lado.

—Anoche hubo un atentando en EEUU.

—¿Cuántos muertos?

—No sé sabe bien todavía.

—La tortilla casi está —nos interrumpe Tomás.

Me ocupo de poner la mesa mientras Andrea me lee, nos lee, los titulares y bajadas de las noticias. Casi todas hablaban del atentado.

—Te quedo buenísima.

—Si gordi, nunca probé una mejor.

—Igual, te la regalo… nos vamos los tres a dormir la siesta.

Andrea lava los platos, yo preparo el café, Tomás se va al living y elige qué peli vamos a ver. Nos sentamos los tres a ver la última de Batman, aunque el único que quiere verla es él. Andrea se acomoda en una punta del  sillón, Tomás en la otra, yo me pongo en el medio y me recuesto sobre los dos. Me vuelvo a dormir antes de poner play.

Volvemos de la calle. Tenemos  la ropa pegada y el pelo empapado por el agua de lluvia. Las gotas caen pesadas por nuestras remeras, por nuestros jeans, por nuestros cuerpos. No me importa mojar el parqué, corro por el departamento para prender el aire caliente.

—Nunca me voy a acostumbrar al frío calor —digo.

—Yo tampoco, extraño poner el culo contra el calefactor hasta que se me ponga rojo

Andrea se sacó la remera y está tratando de bajarse el pantalón.

Juega con el borde de su tanga, lo tironea.

Me hago la que no la veo  y me voy a cambiar al cuarto.

Ya la ví desnuda, la toqué, la besé. Pero hay algo en esto de estar las dos solas que no me cierra. Vuelvo del cuarto con una muda de ropa seca y una toalla. Ella tiene puesto un corpiño deportivo color blanco, que por el agua se volvió transparente. Puedo ver sus pezones erectos por el frío, el color marrón que constraste con su piel más clara.

—¿Querés unos mates? —digo.

—Mejor un té.

Y me escapo nuevamente a la cocina para no encontrarme con la desnudez de mi mejor amiga.

—¡Boluda! —grita desde el living —¡No sabés lo que me enteré!

—¿Qué? —grito desde la cocina.

Vuelvo y apoyo las dos tazas en la mesa ratona. Esta vestida con mi ropa, tiene el pelo todavía mojado. Me siento cruzada de piernas en el piso, evitando el sillón.

—¿Te acordás de Joaquín el amigo de Tomás?

—Mmm… creo que no.

—Si boluda, el que te chapaste en la joda de sociales.

—¡Ah! El Turu, boluda.

—Si, ese. Boluda, lo internaron.

—No, ¿Qué le pasó?

—Parece que le dió un brote por tomar demasiada pepa.

—ah… de esas internaciones.

—me dijeron que la esta pasando mal el chabón, osea, el ya había tenido una rehabilitación…

La voz de Andrea se vuelve difusa, lejana. Me concentro en su boca, que no para de moverse, que se contrae para hablar rápido, que se mueve. Trato de desviar mi atención, de concentrarme en otra cosa. Todo lo que logro hacer es ver mis recuerdos pasar en la taza de té. Cuerpos, son cuerpos uniéndose, acercándose, pegoteándose. Sí, me acuerdo de Joaquín y de la joda, de lo que escabiamos y fumamos, y de como terminamos en mi casa con Andrea y Tomás. El pobre Joaquín se durmió solo en el sillón.

—¿Estás bien, boluda?

Andrea apoya su mano en mi hombro y me sacude.

—Sí, estaba pensando que no tenemos que tomar más pepa.

—No me jodas negra… ¿Sabés todo lo que tenés que tomar para terminar así?

—Boluda, es la tercer persona que escucho que le pasa algo así

—Este porque es un sacado, se da con todo, siempre.

—Amiga, imposible que terminemos así —dice y se acomoda un mechón de pelo detrás de la oreja. — ¿Segura que estás bien?

Ahora lo que suena es el teléfono fijo. No tengo forma de saber quién es, podría ser una encuestadora, o algún telefonista de call center tratando de venderme algo.  Supongo que es Andrea llamando otra vez, hace días que no le atiendo el celular ni le respondo los mensajes. Tomás no me llamó pero me mandó un mail. Tuve ganas de responderle, pero no lo hice. Supuse que si lo hacía, ella se iba a enterar. Hace un tiempo entendí, que por lo menos para mí, Tomás y Andrea no son una misma persona. El teléfono sigue sonando y tengo miedo de que venga, o vengan, a buscarme. Saco la bici del balcón dejando atrás sus calzoncillos, sus bombachas, en el tender de mi casa; quedaron ahí juntando polvo, los agarro la lluvia más de una vez, pero sigo negada en descolgarlos. Pedaleo sin rumbo. No tengo un destino fijo. Pedaleo con fuerza. Contraigo los músculos de mis piernas, de mi culo, de mi panza, para empujarme lo más lejos posible de mi casa. La ciudad está gris. El viento comienza a soplar, anuncia la tormenta que se avecina. Ignoro el aviso y sigo pedaleando. Pero no importa cuánto pedaleo, las imágenes de cuerpos siguen en mi cabeza. Cuerpos que se acercan, que se agolpan, que se aplastan, que se acarician, cuerpos que se besan. Tal vez estoy pedaleando en círculos, no lo sé, pero por un momento dudo si no pasé ya dos veces por la misma heladería de banquitos naranjas en la que alguna vez compramos tres cuartos de helado. Ni lo pienso y sigo en movimiento hasta llegar a la avenida, la cruzo. Sigo pedaleando hasta llegar a un parque, está oscureciendo, estoy lejos de casa, pero no me importa. Me adentro igual entre el falso bosque de árboles de ciudad y caminos de cemento. Las madres intentan descolgar a sus hijos de las hamacas, de los toboganes, pero ellos no quieren. Sigo pedaleando y salgo del parque por la calle opuesta a la que entré. Empiezo a sentir la bici pesada, tengo sed y los cachetes colorados por la agitación. Empujo con más fuerza los pedales. Empujo, empujo, empujo. Se me está haciendo casi imposible mover la bicicleta. No me queda otra que  bajarme. Le reventé la cámara. Estoy a más de cincuenta cuadras de mi casa y solo a cinco de Tomás. No sé dónde hay una bicicletería y aunque lo supiera, a esta hora ya estaría cerrada. Encaro arrastrando la bicicleta hasta su casa. Totalmente transpirada toco el timbre rogando porque esté.

Tomás aparece del otro lado de la puerta en cortos, medias y sin remera.

—Estoy editando, pero pasá

Suelto la bicicleta para que él la agarre y la suba un piso por escalera. Voy directo a la cocina y saco una botella de agua de la heladera. Tiro la campera en una silla y voy a la baño a hacer pis. Cuando termino, Tomás está desplomado en el sillón.

—¿Qué te pasa?

—Pinché la rueda.

Sé que Tomás no se refiere a eso, pero no tengo ganas de hablar. Todavía agitada me dejo caer en el sillón.

—¿Tenés una aspirina?

Cierro los ojos y me toco la frente, de pronto me duele mucho la cabeza.

—Sí, ¿querés un té?

Me saco las zapatillas, apoyo los pies hinchados en la mesa ratona, bajo las manos a mi panza, me pellizco el rollito que se me hace cuando me siento, reclino la cabeza para atrás, cierro los ojos, respiro hondo. Me imagino de chica, en el sur, con un buzo polar cerrado hasta el cuello, el pelo trenzado, el flequillo sacudiéndose por el viento, estoy en el campo, hay sol. Mi abuelo me enseña a pescar con cucharita, con sus manos grandes y torpes me muestra como funciona el carril, yo trato, inútilmente, de memorizar el proceso.

Tomás me acerca una taza de té de tilo. Abro los ojos y la agarro.

—¿Qué te pasa?

Lo miro fijo a los ojos.

—¿Qué te está pasando que te borraste?

—Dale… ¿Por qué te borraste?

Él se pone colorado.

Pienso que a estas alturas Andrea ya me estaría retando. Tomás pasa sus dedos entre mi pelo. Me estiro para volver a agarrar la taza.

Tomo un sorbo de té.

Dejo la taza, y fijo la mirada en la mesa. Me tiro en sus brazos, me largo a llorar. ¿Desde cuándo me volví tan tibia? No sé ni por donde empezar a pelear. Ni siquiera sé si me queda algún resto de energía. Lloro mientras Tomás desliza sus dedos entre mi pelo, me acaricia. Me acomodo en el sillón, sus brazos me rodean. Su cuerpo se encastra en el mío, o el mío en el suyo. Lloro hasta quedarme dormida.